Es común que la expresión “música autóctona de Puerto Rico” se utilice para referirse a cuatro variantes rítmicas: la danza, la música jíbara, la bomba y la plena. Aunque la mayoría de la música popular creada o interpretada por puertorriqueños se hace con ritmos que tienen sus orígenes fuera de la Isla, como lo son el bolero, la guaracha, el son y sus derivados, Sin embargo la danza, las variantes del seis, la bomba y la plena no tienen una presencia continua en los medios de comunicación pública ni gozan de la admiración y consumo de la mayoría del pueblo.
Es muy raro que las formas musicales asociadas con el “folclor” de un pueblo sean al mismo tiempo las formas más populares. Quizás porque el folclor es algo que se asocia con el pasado y podría sonar disonante ante un mundo y un sistema que promueven la inmediatez, la innovación tecnológica, que ni le interesa ni le rinde culto a la historia. Un mundo en que la música se trata a menudo como un producto desechable que hay que sustituir continuamente.
nte esta situación, la danza, con toda su belleza y aire señorial, quedó hace muchos años confinada a la sala de conciertos desde dónde se asoma esporádicamente y es desconocida por la mayoría del pueblo. La música jíbara o de la montaña se siente muchas veces lejana en el tiempo aún con toda su riqueza lírica y ese espacio creativo que ofrece para la improvisación espontánea.
Por su parte, la bomba con todas sus variantes rítmicas y sus bailes y gestos que evocan la aristocracia de una clase dominante en el pasado, sigue siendo relegada por los medios de comunicación. Al mismo tiempo, ha logrado posicionarse como una manifestación de arte y talento que parece llegar sólo a una fracción del pueblo que puede aprender y desentrañar los secretos, las formas establecidas y la gracia que el género demanda de los barrileros y los bailadores.
Hay tres elementos que parecen contribuir al arraigo que hemos mencionado de la plena. El primero tiene que ver con la facilidad y accesibilidad relativa que se tiene para interpretar la plena. El segundo elemento parece ser la relación histórica de la plena con el movimiento obrero y el tercero, con los cambios de sonoridad que ha tenido la plena a través del tiempo.
“CON GÜIRO Y PANDERETA HASTA QUE AMANEZCA”
Los instrumentos básicos para interpretar la plena son un güicharo, tres panderos de plena y voces. El ritmo básico suele tener pocas variaciones y el formato de coros y solistas, tan presente en nuestras músicas, no demanda, en sus formas más simples, conocimientos formales de música.
La plena le brinda a todos la oportunidad de poder recrear su patrón rítmico sin mayores dificultades interpretativas.
“EMPEZÓ LA HUELGA DIOS MÍO, ¡QUÉ BARBARIDAD!” (Ramón Rivera Alers)
Hay varias versiones sobre los orígenes de la plena. Y es natural que así sea. Cuando se gestaba este ritmo en los albores del siglo pasado no se citaban conferencias de prensa musicales ni los relacionistas públicos enviaban comunicados a los periódicos para registrar y promover el “nacimiento” de un ritmo o artista en particular. Es probable que muchas personas hayan intervenido en crear las bases rítmicas de la plena. En lo que parece haber consenso es en la vinculación de los inicios de la plena con la región sur de Puerto Rico, en especial la ciudad de Ponce.
Entre los nombres que se mencionan como fundadores de los ritmos pleneros sobresalen los del matrimonio compuesto por Catherine George y Jonh Clark que menciona el profesor Felix Echevarría Alvarado en su investigación seria que aparece en su libro La plena: origen, sentido y desarrollo en el folklore puertorriqueño. Este matrimonio, oriundo de la isla de Barbados, fue, según Echevarría, uno de tantos que en alas de la migración que caracteriza a los caribeños, llegaron a Ponce con la idea de encontrar trabajo. En otras palabras, con la esperanza de unirse a los cientos de “obreros” que se trasladaban a las regiones del sur en los tiempos de la zafra del cañaveral o de la cosecha del café. Los Clark trajeron su guitarra y su pandereta y junto a otros obreros con talento musical, probablemente tocadores de bomba y de la música jíbara, sentaron las bases para la plena. Fue en las “barracas” y haciendas que obreros de distintas partes compartieron de noche y en ratos de ocio, sus avances e ideas con esa expresión que se conocería como “plena”.
Fue en este ambiente de migración obrera, de nómadas por la supervivencia que se crió esta forma de hacer música. Más allá de ser reconocida luego como “el periódico del pueblo” por su narración de sucesos verídicos, la plena se convirtió en un medio de expresión para descargar emociones ligadas a las alegrías, las tristezas y preocupaciones de la vida diaria de esta población trabajadora.
La plena acompañó al obrero en su movimiento masivo hacia la ciudad de Nueva York a partir de la década de 1920. Fue allí que, al final de esa década, aparece por primera vez en un disco en la voz de un marino mercante: Manuel Jiménez “Canario”, un campesino orocoveño que se embarcó en el 1920.
La plena estuvo presente en esa transición entre una sociedad agrícola a una industrial. Recogió las inquietudes de los trabajadores que lucharon contra la explotación y reclamaron los derechos a organizarse para exigir condiciones favorables de trabajos. Y como cómplice y portavoz de las luchas obreras, aún sigue presente en las líneas de piquetes. Puerto Rico es el único país en el mundo en donde las protestas obreras están marcadas con la cadencia, y el ritmo “festivo” de los panderos de plena.
Esta presencia de la plena más allá de las actividades puramente fiesteras es otro elemento que vincula el ritmo con la vida diaria del boricua. A eso, hay que añadir que para aquellos que viven fuera de la isla y sienten la nostalgia que provoca la ausencia, la plena es símbolo de la tierra, de identidad y afirmación cultural; una ventana a los encantos de la Isla.
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